Paloma de cemento

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Descripción

de Andrés Sabella

Epónimo de la poesía antofagastina, Andrés Sabella —empampado nortino— retoma en los poemas de La Paloma de Cemento, las resonancias Bíblico-Sociales pregonadas en algunas de sus obras anteriores (Sobre la Biblia un pan duro, La estrella del hombre, Célula Cristo).

Sabella es un poeta que construye su obra sobre imágenes diáfanas y transparentes. Hay en él evocaciones de los luminosos poetas del 38, ligado a ellos, quizás, a traves del reiterado uso de adjetivaciones transidas de clara policromía: “…sin envejecer, soportó la niña cien años la falta de alimentos: Por una breve rendija de la celda, se filtraba un algo de luz. Al tocar su boca pura, la luz se transformaba en miel…” (La Paloma de Cemento, p. 14).

Sin embargo, Sabella ha desbordado los límites generacionales, siendo su producción netamente original y, por ende, marginada de las tradicionales cohesiones del gregarismo generacional.

En Sabella se plantea con toda propiedad, la esencia de la formación creativa, basada en la significación, tanto de la experiencia vital, como del acervo cultural; experiencias que, en el poeta del Norte Grande, confluyen con toda su plenitud para modelar una obra de sólida coherencia.

La Paloma de Cemento está compuesto por poemas de prosa poética. Recurso lírico sostenido en el soliloquio y tramado sobre ritmos interiores, que en el ámbito de nuestras letras ha tenido marcados relieves en obras de Pedro Prado y Gabriela Mistral, inspirados particularmente en maestros de la prosa poética, como Juan Ramón Jiménez o Rabindranath Tagore.

33 son los poemas de La Paloma de Cemento. Desde el tono mítico, mágico o cabalístico que encierra dicho número, podemos sentir una experiencia espiritual que brota de tales poemas, sin dejar de advertir que, tras la evocación de carácter bíblica que hay en ellos, no parece casual la correspondencia del 33 con los años que tenía el Nazareno al entregarnos en el Gólgota su postrer y sublime mensaje de amor.

La pedagogía del cristianismo, llena de entrega y amor, motivada en justicia y mansedumbre, que, en la sensibilidad social, evoca el código moral entregado por Cristo en el Sermón de la Montaña, aparece en estos poemas de Sabella, en una prosa poética que auna la profecía parabólica y la sobria espacialidad —como el paisaje del Norte Grande— con la profundidad que emana de la metáfora simple, sin enigmas ni barroquismos esotéricos.

Dedicado al padre del poeta, que “jugó, cuando niño, en las calles de Jerusalén”, La Paloma de Cemento opera sobre el correlato bíblico. Sus poemas, encabezados con un homenaje a Su Santidad el Papa Juan Pablo II, se van alternando con las severas sentencias anunciadas con los epígrafes del Ecleciastés.

Historias Para el Relámpago, resume la primera parte de la obra y es un llamado de paz que conjuga la violencia de la guerra, la tiranía y la opresión, como fatídicos rayos que chocan con la luz de esperanza, sutil y serena, de la sonrisa del niño y del batir de alas de palomas.

La segunda parte, Cielos de Belén, recorre, desde el mito cosmogónico y adánico del Génesis hasta el nacimiento de Jesús, el camino del hombre que se resume en dramáticas dualidades: ascención-caída, culpa-perdón, nihilismo-esperanza.

Los poemas de La Paloma de Cemento conllevan en su fina trabazón poética, un profundo contenido que induce a la reflexión, fundida en el placer de experimentar lo bello en formas trabajadas con el oficio adquirido por el autor en su entrega total a las letras. En estos poemas, Andrés Sabella continúa con una tradición literaria en la poesía chilena, más allá de modas vanguardistas, de retóricas artificiosas o de recursos dudosos que simulan debilidades de oficio. El poeta nortino ha resumido en toda su grandeza la historia simple, de pan y de vino, del Hijo del Carpintero, quien al llegar lo esperaba sonriendo “despacio, la madera, cuando la luz en el establo, se acurrucó para guardarlo”.

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